Interpretive report
3 de junio del 2020
Cuando las nubes de gas cubrieron Caracas
Hace más de un año, el 30 de abril de 2019, el cielo de Caracas que una vez fue azul, se nubló con nubes de gas lacrimógeno. Las calles se llenaron una vez más de aquellas bolitas de plástico que chocan contra los cuerpos de los manifestantes. Y la sangre pintó una vez más el asfalto de la autopista Francisco Fajardo y de la plaza Altamira, que coronada por su obelisco observa a quienes gritaban “libertad” una vez más.
Eran las 5:50 de la mañana cuando los teléfonos de toda Venezuela comenzaron a sonar y vibrar con noticias alarmantes. Entre emojisy vídeos reseñaban la presencia de Leopoldo López, rodeado de armas y militares que estaban de su lado, parado en medio de la autopista Francisco Fajardo, sin ataduras o esposas.
La última vez que López había sido visto en libertad había sido aquel 18 de febrero del 2014, el fatídico día que se diluyó entre los cientos de días de protesta. Ese día desapareció dentro de una tanqueta en la plaza Brión de Chacaíto, en Caracas, a la vista de miles de personas que lo vieron parado junto a la estatua dándole un último beso a su esposa. Se paraba frente a aquellos que llevaban aproximadamente 26 días viendo a través de pequeñas pantallas como una nueva oleada de protestas se llevaba a jóvenes como Bassil Da Costa, en medio de violencia y ataques contra los jóvenes que defendían un ideal.
2017 había representado para Venezuela un nuevo ataque contra la tranquilidad en pro de conseguir la llamada libertad. Y 2019 parecía tomar el mismo camino, luego de que el 23 de enero Juan Guaidó se hubiese juramentado como presidente encargado. Esto a pocos kilómetros de distancia de la plaza en que López desapareció entre gritos y esperanzas, acusado de haber sido el que había orquestado la muerte de 43 personas que luchaban por un futuro.
Por ello, el 30 de abril de 2019, luego de numerosas marchas que recorrieron Caracas entre la incertidumbre y la temblorosa paz que significaba no respirar gas lacrimógeno, fue un shock para la población ver a Leopoldo López junto a Juan Guaidó y numerosos militares cargados de armas listos para enfrentar las adversidades y lograr el cometido.
A pesar de que se realizó, no hizo falta un llamado a la calle. En pocos minutos la plaza Altamira y los distribuidores que llevan a la autopista Francisco Fajardo a la altura de la Base de la Fuerza Aérea La Carlota se llenó de personas. En apoyo a los dos políticos el panorama era festivo, lleno de gorras con la bandera de Venezuela coloreadas.
“El cese definitivo de la usurpación empezó hoy, contamos con el pueblo de Venezuela (…). Hoy, como presidente encargado de Venezuela, convoco a todos los soldados, a toda la familia militar, a acompañarnos en esta gesta”, indicó Juan Guaidó junto a Leopoldo López a través de una transmisión en vivo por sus redes sociales.
Andrea González llegó al espacio que separa al Centro Banaven, mejor conocido como el Cubo Negro, del Centro Ciudad Comercial Tamanaco, C.C.C.T, a las 9 de la mañana aproximadamente, acompañada de sus dos mejores amigos y sin máscaras o algún equipo protector. La confusión sobre lo que significaba realmente el día era palpable.
−El ambiente se sentía tenso, Leopoldo acababa de salir de la nada y la gente estaba emocionada, pero la represión comenzó apenas llegamos- comentó Andrea recordando aquel día.
Desde temprano, los militares que apoyaban a López y los militares del lado del gobierno comenzaron un enfrentamiento armado. Luego de la llegada de quienes acudieron al llamado este se transformaría en un enfrentamiento entre los militares y la sociedad civil. Las bombas de gas lacrimógeno, las balas y los perdigones compondrían la banda sonora que se extendería hasta la noche.
−Tú sabes cómo son, son unos malditos, pero ese día los guardias estaban peor que nunca- agregó Andrea sobre las primeras horas de la mañana-. Disparaban desde las torres que hay dentro de la Carlota, no podía con la indignación que sentía, parecía que ellos no tenían familias.
Sin embargo, mientras Andrea se enfrentaba con los militares desde la primera línea en uno de los frentes de La Carlota, su hermana, Angela, de 17 años, llevaba desde las 8 de la mañana en la plaza Altamira, desde la que bajaban continuamente personas hacia la autopista, donde las bombas caían continuamente y eran devueltas con fuerza por los manifestantes.
La presencia de Angela como fotógrafa en las protestas había sido constante desde el 23 de enero. Ese día marcaba una diferencia. Para Andrea su hermana no estaba fotografiando a unos políticos hablar, estaba en el frente más fuerte de la protesta.
−No me preocupo por ella- añadió Andrea-, pero ese día desapareció, las líneas telefónicas estaban colapsadas, ella desapareció y yo estaba muy preocupada y lejos.
Aunque la preocupación era grande el ahogo parecía mayor, el gas llenaba el aire. El oxígeno parecía desaparecer entre el picor que entraba en los pulmones a través del pañuelo con Malox amarrado al rostro de Andrea. El casco que le habían dado pesaba sobre su cabeza, pero la indignación y la preocupación eran aún más pesadas.
El lugar estaba repleto de adultos mayores y heridos. Entre mensajes intermitentes con su hermana, Andrea ayudaba a limpiar heridas con una estudiante de medicina. Las imágenes que se presenciaron el 30 de abril permanecen en su memoria, como la de un hombre que, con un perdigón incrustado en la frente y el rostro repleto de sangre, decía que no se iría porque no podía abandonar el frente.
Pero entre las nubes de gas, la sangre de desconocidos y el ahogo que llenaba los pulmones e impedía abrir los ojos, era constante la preocupación por su hermana. A pocos kilómetros de distancia, ella había desaparecido entre otras nubes de gas, entre fotos de su cámara, rodeada de desconocidos, luego de intentar acercarse al lugar donde Andrea se encontraba y darse cuenta de que sería imposible, porque el gas y los militares impedían el paso.
La fotoperiodista, del otro lado del frente, entre las bombas de gas lacrimógeno que caían del cielo, los gritos y los sonidos de los golpes contra las rejas de metal que protegen la base aérea, permanecía junto a los otros fotoperiodistas, bajo el riesgo de ser heridos, capturando los momento en los que los manifestantes corrían hasta dentro de la base entre los huecos que habían logrado hacer entre el metal.
Con el gas asfixiante rodeándolas, los kilómetros que los separaban parecían más largos. Ese día no se lograron ver, la represión fue en aumento con el paso de la tarde, los heridos eran cada vez más y el espacio entre ambas se incrementó conforme los guardias atacaban y hacían retroceder. Las horas fueron lentas y el gas espeso, pasarían días antes de que la normalidad se restaurara y ambas pudieran reunirse.
Leopoldo López desapareció dentro de la residencia del embajador de España en Caracas. Los heridos fueron contados y los muertos también. Quedó en el aire el sabor y el picor del gas junto a la preocupación y la incertidumbre por lo que pasaría, en conjunto con las lágrimas y la sangre derramada sobre el asfalto. Y la distancia que separaba cada vez más a las hermanas continuó creciendo en conjunto con la violencia.
Hace más de un año, el 30 de abril, los venezolanos salieron una vez más a la calle, con la esperanza de lograr un cometido que llevaba gestándose desde 2014. Entre nubes de gas lacrimógeno y bolitas de plástico disparadas a quemarropa desapareció. Entre el ahogo y la preocupación de quienes presenciaron la violencia de parte de todos los venezolanos y contra todos los venezolanos una vez más.
El día culminó con una llamada por parte de Angela. Todo estaba bien. La distancia era grande pero no había heridas. Las caras estaban cubiertas de Malox pero no había más dolor, que el que quedaba por la preocupación y los kilómetros entre las dos.
When clouds of gas covered Caracas
Over a year ago, on April 30, 2019, the once blue sky of Caracas was clouded with tear gas. The streets were once again filled with those little plastic balls that collided with the bodies of the protesters. And blood once again stained the asphalt of the Francisco Fajardo highway and Altamira square, which, crowned by its obelisk, watched those who shouted "freedom" once again.
It was 5:50 in the morning when the phones of all Venezuelans began to ring and vibrate with alarming news. Amid emojis and videos, they reported the presence of Leopoldo López, surrounded by weapons and soldiers on his side, standing in the middle of the Francisco Fajardo highway, without restraints or handcuffs.
The last time López had been seen free was on that February 18, 2014, the fateful day that dissolved amidst hundreds of days of protest. That day he disappeared into an armored vehicle in the Brión Square of Chacaíto, in Caracas, in full view of thousands of people who saw him standing next to the statue, giving his wife a final kiss. He stood before those who had spent approximately 26 days watching through small screens as a new wave of protests took away the lives of young people like Bassil Da Costa, amidst violence and attacks against those who defended an ideal.
For Venezuela, 2017 represented a new attack against peace in pursuit of achieving the so-called freedom. And 2019 seemed to be taking the same path, after January 23 when Juan Guaidó had been sworn in as interim president. This, just a few kilometers away from the square where López disappeared amidst shouts and hopes, accused of orchestrating the deaths of 43 people who were fighting for a future.
Therefore, on April 30, 2019, after numerous marches that crossed Caracas amidst uncertainty and the shaky peace that meant not breathing tear gas, it was a shock for the population to see Leopoldo López alongside Juan Guaidó and numerous armed soldiers ready to face adversity and accomplish their mission.
Although no call to the streets was made, it didn't take long for Altamira square and the ramps leading to the Francisco Fajardo highway at the height of La Carlota Air Force Base to fill with people. In support of the two politicians, the scene was festive, filled with hats adorned with the colors of the Venezuelan flag.
"The definitive cessation of usurpation began today, we count on the people of Venezuela (...). Today, as interim president of Venezuela, I call on all soldiers, all military families, to join us in this endeavor," said Juan Guaidó alongside Leopoldo López through a live broadcast on their social media platforms.
Andrea González arrived at the space separating the Banaven Center, better known as the Cubo Negro, from the Tamanaco Commercial City Center (CCCT), around 9 in the morning, accompanied by her two best friends and without masks or any protective gear. The confusion about what the day really meant was palpable.
"The atmosphere felt tense, Leopoldo had just come out of nowhere and people were excited, but the repression began as soon as we arrived," Andrea recalled that day.
From early on, the soldiers supporting López and the soldiers on the government side began an armed confrontation. After the arrival of those who responded to the call, this would transform into a confrontation between the military and civil society. Tear gas bombs, bullets, and the shooting of plastic pellets would compose the soundtrack that would extend into the night.
"You know how they are, they're damn bastards, but that day the guards were worse than ever," Andrea added about the early hours of the morning. "They were shooting from the towers inside La Carlota, I couldn't bear the indignation I felt, it seemed like they had no families."
However, while Andrea faced the soldiers from the front line on one of the fronts of La Carlota, her sister Angela, 17, had been at Altamira square since 8 in the morning, from where people were constantly descending towards the highway, where the bombs were falling continuously and were forcefully returned by the protesters.
Angela's presence as a photographer in the protests had been constant since January 23. That day made a difference. For Andrea, her sister was not photographing politicians speaking, she was on the strongest front of the protest.
"I don't worry about her," Andrea added, "but that day she disappeared, the phone lines were collapsed, she disappeared and I was very worried and far away."
Although the concern was great, the suffocation seemed greater, the gas filled the air. Oxygen seemed to disappear amid the irritation that entered the lungs through the Malox-soaked scarf tied to Andrea's face. The helmet they had given her weighed on her head, but the indignation and concern were even heavier.
The place was full of elderly people and wounded. Between intermittent messages with her sister, Andrea helped clean wounds with a medical student. The images witnessed on April 30 remain in her memory, like that of a man with a pellet embedded in his forehead and his face covered in blood, saying he wouldn't leave because he couldn't abandon the front.
But amid the clouds of gas, the blood of strangers, and the suffocation that filled the lungs and prevented the eyes from opening, the concern for her sister was constant. A few kilometers away, she had disappeared among other clouds of gas, among photos from her camera, surrounded by strangers, after trying to approach the place where Andrea was and realizing it would be impossible because the gas and the soldiers blocked the way.
The photojournalist, on the other side of the front, amid tear gas bombs falling from the sky, the screams, and the sounds of blows against the metal gates protecting the airbase, remained alongside other photojournalists, at risk of being injured, capturing the moments when the protesters ran inside the base through the gaps they had managed to make between the metal.
With the suffocating gas surrounding them, the kilometers that separated them seemed longer. That day they couldn't see each other, the repression increased as the afternoon wore on, the wounded became more numerous, and the space between them increased as the guards attacked and pushed back. The hours were slow and the gas thick, it would be days before normality was restored and they could reunite.
Leopoldo López disappeared into the residence of the Spanish ambassador in Caracas. The wounded were counted, and the dead too. The taste and irritation of the gas lingered in the air, together with the concern and uncertainty about what would happen, along with the tears and blood spilled on the asphalt. And the distance separating the sisters continued to grow along with the violence.
Over a year ago, on April 30, Venezuelans took to the streets once again, hoping to achieve a goal that had been brewing since 2014. Amid tear gas clouds and plastic balls fired at point-blank range, it disappeared. Amid the suffocation and concern of those who witnessed violence from all Venezuelans and against all Venezuelans once again.
The day ended with a call from Angela. Everything was fine. The distance was great but there were no injuries. Faces were covered in Malox but there was no more pain, except for the worry and the kilometers between the two of them.